Artículo escrito luego de ver el Club Portugalete 2 C.D. Aurrera de Vitoria 0

PORTU , CUENTAME OTRA VEZ…

…esa historia tan bonita de aquel partido frente al Getafe de Michel. Háblame de aquella noche mágica, cuando todo era distinto, cuando todo era más bello. El mismo campo, la misma yerba florida, Pero no a oscuras, antorchas de luz flameando sobre nuestro Coliseo para que tanto los jugadores como nosotros no nos perdiéramos detalle del espectáculo que nos brindaban veintidós gladiadores, sin martillo, sin espada, sin lanza, sin tridente, desnudos de toda arma mortal, ligeros de equipaje (qué livianos se vuelven el oro y la hulla cuando son manto que cubre nuestros cuerpos…), casi desnudos, como hijos que son del Abra, antesala del mar…

…y esa historia tan triste que, para resultar creíble, se apropió al día siguiente de mi amigo Xabier Murua y le hizo trizas hasta convertirle en cenizas. Polvo en el polvo es hoy. O alga en la orilla de una playa. Leyenda. Mito. Historia. Eso es: historia, pero, como bien dice Juanra, “historia viva”, porque los que como él comandaron una ilusión, como escribió el gualtemalteco Miguel Ángel Asturias, no mueren: cierran los ojos y se quedan velando el sueño de nuestra vida…

Acabada la contienda, malherido el combatiente, vino hacia mí un hombre y me dijo, No mueras, hermano, resiste, que ya te llegará la hora. Y esa hora ha llegado. Hoy ha sido la hora. Para ser exactos, digamos primero el año, 2011, después el mes, enero, luego el día, 23. Eso es: 23 de enero de 2011. Y como decíamos que la hora era, por fin, llegada, fijémonos en el reloj, que marca las once antes del meridiano, o sea de la mañana….

Fue muy dura la batalla. Más de dos meses ha durado. Recibí un disparo, vagamente lo recuerdo. No sé si quién fue el francotirador ni dónde se apostaba. Sólo tengo claro que caí. Y que tumbado permanecí en tierra extraña, territorio enemigo. Solo. Qué terrible es la soledad cuando uno es prisionero y no ve otra cara que la de su carcelera. Por razones humanitarias, el destino quiso que, luego de una fuga, cumpliera  el resto de mi cautiverio en mi villa natal. Primero en la casa donde nací, Grumete Diego,1 (actual 63), hasta que, como le sucedió a un Jesús encriptado luego de su crucifixión, al tercer día resucitara en la casa de la mujer que nueve meses me tuvo en su vientre. Tenía hambre, y me dio de comer; sed, y me la alivió. Y música, y lectura, en fin, todo lo que un hombre necesita para sentirse limpio. ¿Qué ella ya no está?…En realidad, hacia ya demasiados soles y, en especial, demasiadas lunas que Ella me faltaba. No se daba cuenta. Pero yo sí: ¡no hay mayor castigo que estar al lado de una mujer y sentirse huérfano de su cariño!…

Primero, levantarse. Segundo, caminar. Tercero, salir a la calle. Cuarto, dejar que el cuerpo flote en el agua de la piscina, y bracear con dulzura, que uno ha estado inerte y no está para fatigas. Boca arriba, boca abajo. Diez largos, luego doce. El cuerpo, luego de la pelea, es una barca varada que hay  que hacerla de nuevo al agua, para que no sea tabla sobre  un mar violento, sino una cáscara de nuez sobre un río de aguas mansas. Moisés era flotando sobre un Nilo en calma. Hasta que esta misma mañana, 23 de enero de 2011, unas manos impersonales, pero hábiles y muy acostumbradas como si fueran de  matrona, han recogido la canastilla donde dormitaba y me han depositado en la orilla. De mi Ría, por fin, la del Nervión: de mi mar, ya era hora, el Cantábrico. Pero no en la derecha orilla, sino en la orilla izquierda, la que se hace Portugalete, mi villa, la que yo no vi nacer porque no soy el Señor de los Tiempos, la que me vio nacer, pared contra pared, diez metros separaban mi primer llanto de los muros del campo de La Florida…

Como si fueran un animal recién puesto libertad (qué somos, sino animalitos), mis pies, donde reside mi instinto y mi más primaria inteligencia, se han empezado a mover, Y yo me he dejado llevar. Cuesta arriba, evitando las escaleras automáticas, remontando la calle Zaldua hasta alcanzar la puerta que da acceso a los vestuarios, ineludible el trámite, el carné del 2000 ya no vale, es como un calendario caducado que no da fe del mundo en que vivimos. Saludos. Arriba, una fila. Hay lista de espera pero no se precisa coger número. Basta con seguir el ritual del boca a boca, El último, por favor. Tomo el mío. Y aprovechando que Luís pasaba por allí, pregunto, aunque sin atisbo de esperanza, por el del que un día fuera mi sobrino y ha no mucho me traicionara. No consta, me dicen. Se habrá borrado, pienso. No lo pienso: es un hecho. Ya no figura en la lista de los socios del Club Portugalete: ¡qué pena me das, Kevin!…

Fue muy dura la batalla: dos meses largos ha durado. Sesenta días sin ver al Portu; sesenta noches soñando con él, pero soñando en el sentido literal del verbo: yo era jugador, aún a mis años, y conducía, y centraba; y corría, y remataba; y a veces metía gol…¡Qué duro se me hacía, al despertar, caer en la cuenta de que estaba atrapado en una cárcel, del mismo mar, sí, pero en la otra orilla, en Sopelana, pueblo que maldeciré cada uno de los días que el destino que tenga preparados…

De momento, como armisticio me tomo el permiso de esta mañana. Porque la guerra que ha provocado esta batalla aún no ha terminado. Diez años dura. Se le dio inició con una aguja por la espalda allá por el mes de septiembre de 2000. En septiembre, cuando las hojas empiezan a caer. Agonizaba el verano. El otoño se disponía a nacer. Y entonces se oyó un disparo. La bala era para mí…

No era, como canta Ismael Serrano en “Papá, cuéntame otra vez”, suelo de adoquines el rectángulo de juego del campo de La Florida. De hierba es. Como de hierba era la última vez que, al lado de “el del 3”, me senté en la tribuna para disfrutar (ver jugar al Portu siempre es goce para mis sentidos) con el juego de mi equipo. Y sobre la hierba, desmintiendo al cantautor madrileño, aunque no era de playa, sí había arena. Arena protectora, curativa, sanadora. Es un jardín La Florida, pero municipal, de uso público, cada quince días, invitados y anfitriones, con los tacos de sus botas, se dan un festín, de no mucho fútbol, según se queja la parroquia, y siempre festejando pocos goles. Sequedad. Sequía pertinaz. Y mira que en Portugalete llueve. ¡Qué hiciste, Javi Luaces? ¿Porqué derruiste el templo en el que casi celebramos el ascenso, si no tenías de tu dios la promesa de que durante esta temporada serías capaz de levantarlo en toda su hermosura y esplendor?…

Antes del partido frente al Zamudio, anteúltimo de la primera vuelta, le reté a Luaces a que en veintiún jornadas levantara el Templo derruido, el mismo que él, con su hipo huracanado, echó abajo en un acto de excesiva ambición; de soberbia le acusarán aquellos que crean a pies juntillas en los pecados capitales. Porque incluso de avaricia se podría calificar desbaratar un equipo que a un tris estuvo de alzarse a la segunda división. Desde la vanguardia hasta la retaguardia fueron cayendo futbolistas. Primero las torres gemelas, Zarate y Zarandona, que arrastraron con su peso a Igarki y Aimar Cid. La zurda de Mario, aquella que nos garantizaba goles olímpicos, voló hasta el valle de Aiala. De Quintanilla sabíamos que era un regalo a devolver. Pero lo de Santi Vélez no tiene perdón de dios: saber, cada semana, que es un garante en el centro de la defensa del Sestao me llena de ira, pecado capital el mío, me hago cargo. Y qué bien nos vendría Galder Negro viendo que el mister no ve otra opción para la banda izquierda de la retaguardia que la figura del diestro Goiria…

Venía el Aurrera de Vitoria con el farolillo rojo colgando de su mano. Perita en dulce parecía. Pero a este Portu que yo vi cualquier fruta se le resiste a su mordisco: le abrí la boca…¡y estaba casi desdentado!. Luego de vivir fuera de La Florida un tiempo equivalente a los cuarenta días y cuarenta noches que Moisés se pasó en la cumbre nublada del Sinaí recibiendo órdenes de dios, también llamado el señor, descendí al verde y me encontré con una afición jarrillera que, harta de esperar noticias gratificantes, se arrodillaba ante un becerro que con barro habían hecho y con oro cubierto. No puede ser, me dije. Algo habrá que hacer para que esta inercia profana no nos arrastre hasta el fin de los días. Necesitamos recuperar la esperanza. Y de la esperanza vendrá la fe. Porque sin fe la nuestra vida no tiene sentido. Fe, esperanza, vida…Y recuperaremos la Religión, en el sentido literal de la palabra: del latín, “religare”, o sea, “volver a unir”. Así los jugadores entre sí como el equipo con la afición. El partido (ojala que sea muy pronto) en el que el  balón, partiendo del pie de Macías, y sin que medie robo por parte del rival, pase por las botas de  once  jugadores vestidos de oro y hulla antes de alojarse en la red de manera virtuosa, el partido, ese partido, será como el nacimiento de la estrella que nos guíe hacia esa luz que yo aún atisbo al final del túnel…

Mientras tanto, y pasando por encima, como el que pisa cristales, como el que camina sobre brasas, confesar que en la mañana del domingo 23 fue lo mío un viaje a lo desconocido. El colista no fue menos que el virtuoso que para mí sigue siendo el Portugalete. Un equipo desfigurado el gualdinegro. Porque no es de recibo ubicar a Goiria en la banda izquierda. Ni dejar huérfano el ataque de un interior por la misma banda. Javi González y Aguiar juegan con las posiciones cambiadas. “Mac Arthur”, así bautizado por José Iragorri, aportaría muchísimo como lateral derecho (de él dijo Heynkes: “Nunca vi a un lateral jugar de manera tan virtuosa como hoy lo ha hecho Javi González”), e Imanol Aguiar, con su punta de velocidad,  le daría al ataque esa profundidad que el equipo necesita….

El partido semejó una disputa entre iguales. Y de ahí la desesperanza de la grada. El balón, que de suyo era nuestro, fue repartido en  posesión a partes iguales. Sentí pena, quizás rabia, ante un Portu deslavazado, desligado, en fin, descreído porque ha dejado de ser practicante de su propia religión. Si se ganó es porque, como el Cid, este equipo es capaz de ganar batallas incluso muerto. Y, así, no es de extrañar que los dos goles del partido se marcaran a la remanguillé, o a la sopa tolondra, como dice García Márquez. Sesión de fuegos de artificio fue el partido. Con una bonita traca final, de justicia es decirlo, gracias al lujo de Alberto y al zapatazo de “Avidal” que se estrelló en el travesaño provocando un leve terremoto en las entrañas de La Florida. Y el cohete final, cómo no, dando final a la colección de fuegos artificiales, de muy poca enjundia, es de justicia escribirlo. No conviene sumirse, sin embargo, en la melancolía, antesala de la tristeza, puerta que se abre a la depresión. La nostalgia tampoco es buena, porque acarrea sufrir en vano, ya que el retorno a otro lugar, La Florida iluminada, y a otro tiempo, mágico partido frente al Getafe de Michel, es algo imposible. No suframos, pues. Aunque yo sea de letras (periodismo estudié), sé que las matemáticas no nos han abandonado. Doy la vuelta al calcetín del refranero y afirmo rotundo que…¡mientras hay esperanza, hay vida! Disfrutemos de la vida intensamente, sábado a sábado, domingo a domingo. Dentro de tres días, la batalla se llama Artunduaga; el rival, Baskonia. Una villa de siete siglos deberá pelear contra todo un pueblo que se pierde en la noche de los tiempos. Qué los dioses iluminen desde entonces y hasta el final de este viaje a Javi Luaces, este nuestro Moisés que nos guía por el desierto hacia la tierra prometida…

Y como lo que sucedió el 27 de octubre en La Florida escrito está, y nadie hasta hoy lo ha desmentido, termino con una súplica, con una plegaria…

“PORTU, cuéntame otra vez esa historia tan bonita de aquella mágica noche que vivimos en La Florida. De cómo el Getafe no fue más; de cómo nosotros no fuimos menos. Que nos tratamos de tú, pero con mucho respeto. Que jugamos de memoria, practicando un fútbol bello. La afición maravillada abarrotando el estadio…

PORTU, cuéntame otra vez ese cuento tan bonito del bocata de tortilla. Recuérdame a aquella mujer, su brazo rodeando mi cuello, sus labios sobre mi cara. Dime que todo volverá, algún día, muy pronto: ¡UN PORTU QUE ME ENAMORE, UNA MUJER QUE ME QUIERA!……

“Portu…¡CUÉNTAME OTRA VEZ…!

Firmado: Luís María Pérez (“LUIS”)