Dedicatoria: a Samuel Agirre López, el cronista de los partidos del Club Portugalete más prolífico que ha dado la “Muy Noble Villa” jarrillera. Con todo el reconocimiento, y respeto, que él se merece.

Debido al cariño, respeto y admiración que le profeso (el orden de los sustantivos no altera la debilidad que por él siento), es posible, y probable, que me vaya de la lengua y, con una frecuencia que ahora desconozco, se deslice en estos escritos el nombre de Samuel Agirre. A Samuel Agirre López –Portugalete, 8 de septiembre de 1932-, periodista y escritor, tuve la fortuna de conocerle gracias a un amigo común, el poeta, también jarrillero, Mario Angel Marrodán. Me lo presentó, en el antiguo Hotel de los Pobres, en una tarde ventosa, como la de hoy, poco después de que el Club Portugalete hubiera disputado su partido de la Liga regular en el campo de La Florida. A pesar de nuestra notable diferencia de edad, o quizás gracias a ella, congeniamos muy pronto, casi desde el principio. “Luis, este es el viejo Samuel del que tanto te he hablado” no…”Es un auténtico placer, señor Agirre”…”Trátame de tú, que me resulta más cercano y amistoso”…Y hasta hoy…
Samuel Agirre, salvando las distancias en una comparación nunca odiosa, aunque licenciado en Periodismo, empezó a escribir lo que se dice de verdad a una edad madura, del modo que le sucedió al recientemente fallecido novelista portugués José Saramago, al que tuve el gusto de estrechar la mano y cruzar con él unas palabras en el Centro Cultural a su nombre que se estaba alicatando en un pueblecito de la sierra granadina de Castril. Articulista costumbrista sobre todo, despuntó, para los que amamos la villa de Portugalete, cuando, en la década de los noventa, se convirtió de  manera azarosa en el cronista oficioso de los partidos que disputaba en su feudo su amado Club Portugalete. Aunque nunca llegó a vestir con un ritual federado la camiseta gualdinegra, plasmó en sus trabajos, como nadie, los entresijos que se mueven dentro y fuera de los vestuarios. No conforme con dar fe de los lances de cada encuentro, quiso ir siempre más allá de eso que algunas mujeres, de manera despectiva, llaman “veintidós jugadores en calzoncillos corriendo detrás de una pelota”. Y así, el que ha tenido la oportunidad de manejar en sus manos sus “Cuadernos”, sabe que decir Samuel Agirre equivale a fútbol, vida…y otras cuestiones…
Miguel Gómez Vaquero, amigo personal del señor Aguirre, con el que colaboró regalándole a las crónicas su Poesía, en su “Ensayo sobre la dignidad”, describe a Agirre como un personaje que, con el único arma de la metáfora, conseguía que el lector no distinguiera la realidad de la fantasía y que llegara a equiparar el esférico de cuero al planeta Tierra en que vivimos y da vueltas sin cesar al capricho de los virtuosos y a favor, siempre, de los más necesitados de llevarse a los ojos cada semana una alegría…
La fructífera trayectoria del cronista no se entiende sin la figura de un sobrino suyo por el que Samuel Agirre, en su momento, llegó a sentir una debilidad que ha no mucho se disipó por una traición de esas que duelen más que un tajo de machete en la garganta; que marcan tanto como la muerte que nos desvanece. Pero como la historia hizo que en un momento, aunque con fecha de caducidad, fueran la joven uña que se insertó en la vieja carne, Beñat Perdiguero Agirre, a la sazón hijo de una hermana de Samuel, ante el grueso volumen de las crónicas que despertaba todo tipo de apreciaciones, le confesó un día que “cuantas más hojas tengan tus crónicas, tío, más tiempo tendré para disfrutar”. Lo que -a quién le amarga un dulce elogio- elevó la autoestima del viejo y le condujo a una frenética carrera sin límite ni freno, pero que, a la larga, le convertiría en la víctima de una deuda literaria que temió  no poder nunca saldar…Y así, partiendo de una mañana inconcreta, se vio Samuel Agirre como el obrero que baja a la mina para picar intentando liberar la riqueza del oro de la piedra sin valor. O sea, con el disimulo de un detective, sentado en la silla de su tribuna, cuaderno en una mano, lápiz en la otra, desmigar el partido que sus ojos veían, que su corazón sentía, como si fueran los trocitos del bacalao con el que cocinar en casa croquetas. Metáfora graciosa que escondía para él lo más hermoso, pero al mismo tiempo lo terrible que es, mientras la villa dormía, enlazar las notas tomadas durante el partido a base de disciplina e imaginación hasta completar un rosario que colgar en el cuello de aquellos que, a base de insistir, le llegaron a considerar al humilde escritor como un “cronista de culto”. Se exigió de tal manera, se exprimió tanto a sí mismo que terminó saliéndosele el alma por la boca. Y así, en una obra que tituló “El corazón del cronista”, se despidió un buen día de sus lectores argumentando en su escrito que “el diablo me vino a visitar; y me ofreció la libertad de no escribir ya más a cambio de entregarle mi alma”. Las hemerotecas conservan crónicas posteriores a lo que parecía ser su último carpetazo. Miguel Suaña, alter ego del poeta Gómez Vaquero, afirma, en un adelanto de la biografía que sobre Samuel Agirre está escribiendo, que “en mi opinión, las crónicas que siguieron a “El corazón del cronista” serían como una especie de evangelios apócrifos sobre los que el propio señor Agirre se niega a pronunciar”…
Desde hace unos meses, Samuel Agirre López, retirado de toda actividad literaria, reparte los meses de su vida entre un ático de un pueblecito mallorquín asentado al pie de la sierra Tramuntana (muy cerquita del mar) y una casita rural ubicada en una aldea de la montaña palentina. A pesar de que fue por teléfono, le noté muy cansado el otro día cuando me dijo: “Nunca pensé, querido Luis, que 78 años me llegaran a pesar tanto”
…A la espera de que Joxi, con el poder que le otorga su cargo en la junta directiva del  Portugalete, me ponga al tanto de mi cometido en la página del Club, vuelvo a entrenarme, como lo hacía de jugador, a la espera de que el “mister” me de la oportunidad. Sólo el lector, siempre soberano, podrá decir si era más estético y profundo aquel Luis que llevaba el 10 a la espalda…o este que se esconde detrás de sus palabras para intentar que su equipo del alma siga ganando partidos…
Si hace dos semanas, contra el Baskonia, aunque el sol era de septiembre, no pasamos del empate a cero en un partido triste, gris y deslavazado como una paella cruda o una tortilla de patata sin hacer…hoy, 3 de octubre, 22 horas y 50 minutos cuando escribo estas cosas, me complace trasladaros la noticia de mi enlace matrimonial con la alegría. Porque el Portu, más allá de habernos regalado la primera victoria de la temporada en la sexta jornada (sin un primer paso, es imposible llegar a la meta), ha despachado al Amurrio de Kuko y Mario con un juego coherente y vistoso, plagado de llegadas al área y remates sin acierto. Se ha sufrido, es cierto. Pero…qué rica sabe la victoria si esta llega, en una jugada de lujo, cuando en el cronómetro del árbitro el tiempo era casi el de la prolongación: Javi González, nuestro “Peter Pan” que se resiste a crecer, niño pues, divide mentalmente el rectángulo de juego en metros cuadrados por los que se traslada de salto en salto con el balón para no pisar nunca la raya, como si estuviera jugando al “Hinque”. Dentro de eso que se ha dado en llamar una baldosa, “Mac Arthur se revuelve como un bailarín. Cuando lo hace lejos del área, divierte; pero cuando pisa el área rival y adivina lo pequeño, se engrandece como Gulliver y atemoriza a un pueblo “enano”. Y entonces recorta: hacia dentro, hacia fuera…hasta tocar templadito con su pierna buena, ya la izquierda, ya la diestra (las dos le sirven casi por igual)…intentando que el balón que centra encuentre la cabeza de Etxabe, allá por el segundo palo a demanda de su instinto de “cazador”. Y viéndose solo, sin oposición remata, muy suave, como el que golpea con su testa un globo que ya no está a merced del viento que en contra imperó en la primera parte y en la segunda a favor se prometía. ¡Gol! Con naturalidad. Sin estridencias. La procesión va por dentro…
Para que todo esto sucediera. Para que final tan feliz nos dejara consolados, tuvimos que atravesar un desierto de dos semanas. Y en él, lejos de toparnos con el típico oasis del agua límpida y fresca y las palmeras, tuvimos una experiencia contradictoria. Para nuestro querido entrenador (eutsi gogor, Jabi!: futbola joku osasungarria da eta), lo sucedido contra el Leioa en Sarriena “fue un partido de dominio absoluto por nuestra parte”. David Movilla, técnico de los azulgranas, en cambio, sostiene que Luaces sufrió un espejismo que le hizo confundir su deseo a la carta con la cruda realidad. Sea como fuere, una vez más el  aprendiz de cronista, al que le gustaría, al menos, emular a su maestro Agirre López, se ve en la obligación de recurrir a la metáfora de los diferentes colores del cristal a través del cual nos hacemos conocedores de la realidad. El caso es que como ni las victorias ni las derrotas se merecen, sino que simplemente suceden, no nos queda otra que mirar  el marcador y lamentar el uno a cero que señalaba al final de los noventa minutos reglamentarios más el caprichoso tiempo de la prolongación…Llama la atención, poderosamente, que en cinco partidos disputados el Portugalete no haya encajado en portería ajena sino un triste gol que no le otorgó más que el punto del empate que supuso contra el tan venido a menos Aurrera de Vitoria. Y aunque los goles que nos han encajado no hayan sido más que cuatro, triste consuelo cuando en la tabla, puesto 18, ocupamos el tercer lugar de los que en este, aquel, momento, descendemos. ¿Qué pasa? ¿Qué le sucede al equipo?…El mister cree que, en esencia, es un problema de medidas. “La portería que atacamos es notablemente más reducida que la que defendemos”…Metáfora que intenta disimular, pero no tapa, la alarmante falta de gol de este equipo que, lo recuerdo, desmanteló las torres de la delantera como si un avión suicida las hubiera atravesado. Sobre la “Zona Cero” que el cuerpo técnico quiso que fuera, o no pudo evitar, se edificaron los edificio del futuro. Decir rascacielos sería mentir, porque, sin que tenga por qué dudar de la calidad y valía de los bienvenidos, los llamados a marcar las diferencias no destacan de una manera abusiva por su altura y corpulencia: Carreño, Salcedo…Etxabe se queda a medias y Gondra gusta de dejarse ver por la media punta en busca de balones que llevarse a los pies. Sin olvidar a Clausi, que aunque parte de una teórica posición de interior, no deja de ser un delantero zurdo que juega por la izquierda. Ayer, contra el Amurrio, no fue puesto en danza hasta el minuto 69, cuando Luaces liberó los grilletes  que le ataban al banquillo para que percutiera su banda favorita en busca de pases de gol. Extraña su suplencia en los dos últimos partidos; llama la atención la coincidencia casi absoluta a la hora de saltar al campo: “Ahí tienes veinticinco minutos para cambiar la suerte del partido”. Hay quien, sorprendido, se empieza a morder la lengua para no decir lo que no siente pero teme: “Igual va a resultar que para este viaje tan largo no hacían falta alforjas…” Y sería una pena. El Portu necesita a Juanjo como el comer. Así me lo hizo saber, a la salida del campo, el exjugador jarrillero Javi Dueñas: “En cuatro o cinco internadas por su banda este hombre es capaz de desbaratar la defensa del enemigo”…Y lo hizo. Aunque es de justicia alabar a todos y cada uno de los 14 jugadores que corrieron ayer por la hierba de la Florida. ¿Correr he dicho?…Claro, al fútbol se juega corriendo; jamás vi a un equipo que ganara un partido dando sus jugadores pasitos. Y ritmo. Y velocidad. Siempre con el balón por bandera, exhibiéndole orgulloso a los ojos de la afición y escondiéndolo de la mirada rival para que tuvieran que llegar casi siempre tarde a la intención de pase, al desmarque, al control, a los apoyos, al pase largo, a la pared…y al centro final que, en nombre de sus compañeros, se sacó Javi Gonzalez de su pie, carta de mago, conejo de chistera, se resignaba la parroquia (¡nunca yo!) al empate de la Federación cuando, luego de que “arriba” alguien se lo pusiera, “Mac Arthur” preparó el esférico para que viniera Etxabe, (suplente de lujo en beneficio de Gondra, llamado a reforzar la media punta) y metiera gol, mejor dicho: ¡GOL!, pues es el de las victorias esas tan dulces porque ya casi no se esperan…
El analista, papel para el que yo no estoy llamado, así como tampoco mi admirado maestro Samuel Agirre, está obligado, a su triste manera, a contarnos un partido que el espectador objetivo calificará de bueno, y el apasionado, como Luis, este que escribe, de excelente…
Con el “handicap” de alinear a un central –Bergara- en la banda derecha de la defensa, y a un lateral –Goria- con la pierna “cambiada” en el lateral izquierdo, por lo que de lastre supone a la hora de sacar el balón jugado desde atrás, el equipo me enseñó que sabe hacer el juego que yo no había visto hasta ahora y tanto deseaba, por prometido y esperado. Como fuera de casa confieso que al equipo le he fallado, me valía de las referencias de los partidos contra el Amorebieta y el Baskonia. Creo que ya dije en mi artículo anterior que el Portu que a mis ojos se me había mostrado era pura decepción: descoordinación, falta de chispa, ausencia de apoyos, desacertados en el remate…Vamos, como si los jugadores entre sí no se conocieran. Y eso que, una temporada más, si acaso multiplicada, había sobre el campo calidad a raudales. Tuvo que venir, como la temporada pasada, el Amurrio de “nuestro” Kuko, y de “nuestro Mario” también, jugadores que, a mi gusto, actuaron con la camiseta cambiada, tuvieron que venir los de valle de Ayala, decía, para que el equipo saliera del coma en el que vegetaba, o, ahora que está en su apogeo cinematográfico la película “Buried” (Enterrado), para que, como si fuera Paul Conroy, enterrado  en vida en su viejo ataúd de madera, despertara y, a base de genio y figura, por puro instinto de supervivencia, fuera capaz de exhumarse a sí mismo para, de esta manera, renunciar a su propia muerte y, de paso, a la del director, Rodrigo Cortés, o, lo que es lo mismo, Javi Luaces, que, para mi tristeza, daba la impresión de presentir un oscuro final en las últimas palabras de su columna en la hoja informativa del 3 de octubre de 2010: “Tenemos que ganar ya o esto ya se complica. Sino, los que deben tomar decisiones, lo harán; es así y punto”…
Confieso que, aunque ardo en deseos, aún no he visto la película. Desconozco, por tanto, si Paul sale vivo o perece. Del mismo modo, mi mirada no alcanza para atisbar el final de la Liga. No sé si, remontando el río contracorriente, como salmones, repetiremos la proeza de la temporada pasada hasta llegar a nuestro origen. Mimbres, como se dice, tenemos para confeccionar un buen cesto. Y aunque a mi amigo Iragorri no le gusten los vocablos, este equipo, además de casta, está preñado de “jugones” y “peloteros”. Para no contrariar al amigo, convengamos en utilizar aquel verbo de nuestra jerga de futbolistas de los ochenta, que, aparte de la acción, definía. “¡Cómo la doma!”, se decía del futbolista que se relacionaba de manera fantástica con el balón: Ander Vidal, Javi Glez, Alberto, Clausi, Mikel Moreno, al que conocí, resultando de mi agrado (reminiscencia pura y algo más grande de Davitxi), Iturriaga, el mismo Salcedo en representación de los delanteros, al que, contradiciendo a nuestro entrenador, la portería no se le hace pequeña cuando la afronta, sino grande, tanto que, creyendo que el larguero dista de la raya de gol cinco metros, dispara tan alto que el público exclama: “¡A las nubes!”…
Ah, sí…¡ya me acuerdo! Hablaba de “domadores” de la pelota como lo fuera en vida mi malogrado compañero en el Portu Tomás Casas Manterola (goian bego!). Porque, como diría mi admirado Samuel Agirre, el partido de cada domingo no es sino una función de circo en la que se aplaude a aquellos que, con el empeine total de su bota, bajan a la hierba el balón que, furioso por el viento que soplaba, se revolvía en las alturas como en el medio de un torbellino, ese “rabo de nube” del que hablaba el poeta…Y luego, fiera domada, lo conducen con cariño y esmero. Lo hacen suyo. Tanto que lo cogen en brazos, amorosos, y el árbitro, extasiado, no pita mano. Y entonces van y, como si fuera un león de peluche, se lo lanzan al amigo, se lo lanza, uno es, ya lo reconozco, es Javi “Mac Arthur” González, que, para que se cumpla su promesa, ha vuelto con nosotros para quedarse. Vuela el balón, fiera domada.  Quedase flotando la pequeña bola del mundo que se abre como en fauces para que Etxabe, de nombre Imanol, meta su cabeza en la “boca del gol” y así pueda el balón acomodarse, manso, en el fondo de las mallas. Aplausos.

Firmado:
Luis Mari Pérez García, “Luis”, futbolista (en sus días) del Club Portugalete